martes, 14 de julio de 2009

Comunión Querétaro N°596 19/Julio/2009


350 años de culto Guadalupano en Querétaro

Querétaro hoy a los pies
de la morenita del Tepeyac
Concluye la 119° Peregrinación masculina de Querétaro al Tepeyac

Después de caminar algunos quince días desde el pasado sábado 4 de Julio cuando algunos peregrinos salieron de Neblinas en la Sierra de Querétaro, hoy miles de queretanos estarán a los pies de Nuestra Madre Santísima de Guadalupe, en su Basílica del Tepeyac. Hoy termina esta magnifica manifestación de fe; la Peregrinación, la 119° Peregrinación masculina, fueron para la vida de nuestra Diócesis momentos privilegiados, fuente de gracias y bendiciones.
Este año se cumplen 350 años, cuando el padre Lucas Guerrero y Rodea, trajo a la ciudad de Querétaro la Primera Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en 1659. La cual fue expuesta en un primer momento públicamente en el actual Templo de San José de Gracia, ahí fue entronizada la excelsa Reina y Madre.
Durante la Peregrinación se aprovecharon las enseñanzas de la XI Carta Pastoral de nuestro señor Obispo «La Conversión Pastoral», celebrando así el año diocesano de actualización del plan de pastoral. El jueves 16 en el Bosque se dio inicio como Diócesis al AÑO SACERDOTAL.
Desgraciadamente este año la gripe AH1N,1 no permitió realizar la Peregrinación de Mujeres. Pero la columna de hombres estuvo formada por más de de 45 mil peregrinos de todos los puntos del Estado de Querétaro y de otros estados de la República, principalmente de Guanajuato. Fueron más de 30 mil hombres en 219 grupos (seis mas que año pasado) Se contó con la presencia y acompañamiento de nuestro señor Obispo D. Mario De Gasperín y de bastantes sacerdotes.









Mons. Florencio Olvera Ochoa, ahora Obispo Emérito
El Papa Benedicto XVI designó el 10 de julio, a Mons. Alfonso Cortés Contreras como nuevo obispo de la Diócesis de Cuernavaca, Morelos, en sustitución de Mons. Florencio Olvera Ochoa, quien renunció por rebasar la edad jubilatoria.
El Vaticano informó que Mons. Cortés, quien hasta ahora se desempeñaba como obispo auxiliar de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, ocupará el puesto de Mons. Olvera, quien dimitió al sobrepasar la edad de 75 años, como lo marca el Código de Derecho Canónico.
Mons. Florencio Olvera Ochoa, nació en Tequisquiápan, Diócesis de Querétaro, el 12 de octubre de 1933. Estudió humanidades y filosofía en el Seminario Conciliar de Querétaro; Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, y fue alumno del Pontificio Colegio Pío Latinoamericano. Recibió la ordenación sacerdotal, por la Diócesis de Querétaro, el 26 de octubre de 1958. Fue nombrado Obispo de Tabasco el 19 de octubre de 1992 y recibió la ordenación episcopal el 30 de noviembre. El 11 de febrero de 2002 el Papa Juan Pablo II, lo nombra Obispo de la Diócesis de Cuernavaca en el Estado de Morelos y el 21 de marzo de 2002 tomó posesión de la misma.










Mensaje de nuestro señor Obispo Don Mario De Gasperín Gasperín, con motivo del Año Sacerdotal

Con ocasión del 150 aniversario de la muerte del santo Párroco de Ars, san Juan María Vianney, el santo Padre Benedicto XVI ha proclamado, para toda la Iglesia, un «Año Sacerdotal».
Comenzó ya el 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, porque, como afirmaba el santo Párroco de Ars, «el sacerdocio es un regalo del Corazón de Jesús a la Iglesia». Y también lo es para el mundo.
En efecto, del Corazón abierto y traspasado de Jesús, brotó la Iglesia, brotó la Eucaristía y brotó el Sacerdocio, sin el cual no hay ni Iglesia ni Eucaristía. La Iglesia vive de la Eucaristía y es el sacerdote quien celebra la santa Eucaristía. Iglesia, Eucaristía y Sacerdocio no se pueden separar.
El Papa invita a toda la Iglesia a que reflexione, estime y agradezca a Dios el don del Sacerdocio. Pide también a los sacerdotes que, a ejemplo de Cristo, nuestro Gran Sacerdote, sean fieles a su misión de entregar sin reservas la vida por sus hermanos.
Es verdad, decía el santo Párroco de Ars, que sólo en el cielo comprenderemos la grandeza del Sacerdocio cristiano; por eso el Papa Juan Pablo II lo llamaba «Don y Misterio», regalo incomprensible de Dios a la Iglesia y al mundo. Los numerosos sacerdotes santos nos acercan a la comprensión de ese misterio.
Durante este «Año Sacerdotal» reflexionaremos y, sobre todo, agradeceremos a Dios el regalo de los sacerdotes, por cuyas manos llegan a nosotros las bendiciones del cielo, comenzando por la fe. Oremos por nuestros sacerdotes. Muchas gracias.
Santiago de Querétaro, Qro., Julio de 2009
† Mario de Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro









Homilía del Sr. Nuncio Apostólico S.E.R. Mons. Christophe Pierre, en la inauguración del Areópago Centro Cultural y Social Juan Pablo II. Santiago de Querétaro, Qro., 25 de Junio de 2009

Queridos hermanos y hermanas: «Vayan, y enseñen a todas las naciones». Es éste el amoroso mandato de Jesús que movió a San Pablo a dirigirse apasionadamente a los atenienses en el Areópago; y es éste, sin duda, el motivo por el cual hoy, en un clima de expectativa y expectativa y esperanza, ponemos en marcha, bendiciendo e inaugurándolo, el «Areópago Centro Cultura y Social Juan Pablo II».
El pasado 19 de enero, al concluir su discurso a los exponentes del mundo cultural mexicano, en el Teatro de la República de esta ciudad, el Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado del Santo Padre, señalaba con gran clarividencia que ante nosotros se presentaba hoy «un desafío apasionante y hermoso». Esto es, dar a luz una nueva cultura cristiana (...), ser los autores de una nueva síntesis entre la fe y la cultura de nuestro tiempo, abrir horizontes fecundos, acabar con tópicos inútiles y estériles». Se trata de un cambio —añadía el Cardenal—, que no consiste en «una simple mutación de estructuras», sino de aquel que implica «engendrar el hombre nuevo que genere a su vez estructuras nacidas de la verdad y del amor».
Es por ello que la Iglesia, —añadía—, asumiendo este reto «se lanza con los ojos puestos en Jesús y con la fuerza transformadora del Espíritu Santo a promover con ahínco todo lo que favorezca y salvaguarde la dignidad del hombre y promueva el bien común de la entera sociedad», sabiendo que este esfuerzo de promoción, transformación y enriquecimiento de la cultura, deberá realizarse gradualmente, a partir «de comienzos modestos y a través de una acción capilar (...), sin despreciar los pequeños logros». Proceso evangelizador, —dejaba claro el Cardenal—, que llevándose a cabo de manera gradual y perseverante, debe comenzar en la contemplación más intensa del rostro de Cristo, para entrar en intimidad con Él, haciendo de la santidad el programa de renovación eclesial, abriendo al mismo tiempo «el corazón a la pujante acción del Espíritu de Jesucristo», evitando, en fin, el desaliento o la tentación de «cruzarnos de brazos pensando que cualquier esfuerzo en el terreno cultural es fatiga inútil o empresa imposible».
En este contexto podemos colocar, justa y atinadamente, la iniciativa, la razón de ser y el objetivo de este Centro que a partir de este día, sostenido por la gracia del Espíritu Santo, desea ser Areópago de evangelización, de cultura y de servicio social; centro de difusión de la verdad, en el que se aprenda a conciliar la sabiduría humana con la verdad evangélica, para que quienes se confiesan cristianos sean capaces de dejarse guiar siempre por la fe verdadera y profesarla públicamente en su conducta.
La Iglesia, tal vez más que en otros momentos de la historia, es consciente del deber que tiene que dar una respuesta, desde su propia identidad, a los retos que aquejan a la humanidad y que también directamente la tocan. Sabe que no puede ignorar, sino, por el contrario, debe valientemente afrontar  al gran desafío que representa la «cultural actual, profundamente marcada por un subjetivismo que desemboca muchas veces en el individualismo extremo o en el relativismo...»; donde «el hombre tiende a replegarse cada vez más en sí mismo, a encerrarse en un microcosmos existencial asfixiante, en el que ya no tienen cabida los grandes ideales, abiertos a la trascendencia, a Dios» (Benedicto XVI, Discurso a los Miembros de las Academias Pontificias, 5 de noviembre de 2005).
¿Cómo no recordar en este contexto el análisis con el que Horkheimer y Adorno (Dialectica de la Ilustración, 1994) trataron de explicarse el por qué la humanidad, en lugar de encaminarse hacia un estado verdaderamente humano, se hundía en un nuevo género de incultura? Pues, en efecto, el pensamiento fuerte de la modernidad, al tratar de imponer la verdad objetiva y universal, se ha visto desplazado por el pensamiento débil de la postmodernidad que invoca la tolerancia a la pluralidad de los discursos. De este modo, el relativismo postmoderno, desconfiado de la capacidad de la razón para conocer la verdad ha reducido la búsqueda de la misma verdad a los consensos provisionales de los usuarios de los discursos, convirtiéndose, así, en totalitarismo. En este contexto no es de extrañar que en la postmodernidad se haya dado paso a una época de religión sin Dios; a una situación que Charleston ejemplificó diciendo que: cuando uno deja de creer en Dios, no es que no crea en nada, sino que se empieza a creer en cualquier cosa. De ahí, entre otras, el éxito de las sectas.
En este tiempo de relativismo postmoderno, decir «verdad» provoca en amplios sectores un instintivo rechazo, porque, según ellos, esto significaría coacción e intolerancia. El pragmatismo, que no se pregunta por una verdad o bondad que rebase el éxito, y el nihilismo, por el que nos sentimos más allá de la verdad, más allá del bien y del mal, son el resultado de una desconfianza radical en la capacidad de la razón para comprender la verdad. Pero, si bien la primera víctima de esa racionalidad omnicomprensiva ha sido el cristianismo, al no someterse a los «límites de la mera razón» (Kant), debemos, sin embargo, constatar, que por más que la razón ilustrada se empeñara en lanzar sus dardos críticos contra la religión —fue le proceder de los maestros de la sospecha: Marx, Nietzsche, Freud—, ésta sigue presente en nuestro horizonte, aún cuando decir que lo religioso está presente, no signifique necesariamente, presencia de lo cristiano. Para el cristiano, en todo caso, la presencia de lo religioso en el escenario social es un síntoma del cómo la existencia está rodeada de un misterio que se resiste a ser desentrañado, y es, a la vez, una preocupación, porque tales expresiones religiosas muchas veces se limitan a la inmanencia del sujeto que en ellas se expresa, sin referencia a la Trascendencia. Nuestro mundo se está, así, adentrando paulatinamente en una revolución epocal que conlleva un cambio radical y la caída de la cosmovisión antigua, que cuestiona también, desde sus fundamentos, el marco en que la experiencia cristiana se había moldeado y configurado, provocando una situación que, a su vez, está requiriendo de una nueva configuración teológica, de un nuevo paradigma, de una remodelación y re-traducción de conjunto, que llegue a todos los ámbitos y que abrace a las cuestiones formales y metodológicas, a las de vivencias y contenido. Nos encontramos en un período que podríamos llamar de transición entre una fase de elaboración, donde lo viejo ya no sirve, y lo nuevo carece todavía de figura. La entrada en el escenario histórico de la modernidad —donde predominan los aspectos funcionales e impersonales — y la postmodernidad — caracterizada por un clima de indiferencia, aburrimiento, inestabilidad y desafiliación — como sensibilidades culturales, ha promovido una «nueva» idea del hombre y de la sociedad que obliga a que la evangelización de estas nuevas culturas — pues se han modificado los centros de interés, los criterios y principios sobre los que el hombre moderno y postmoderno levanta su vida (Cfr. EN 18)—, sea portado de una novedad, ofreciendo, sin renunciar a la sustancia, motivaciones, razones y objetivos para vivir dinámicamente la fe cristiana.
En amplias capas de nuestra sociedad, en efecto, parecería que la fe se hubiese reducido a un compromiso ético desligado de toda referencia trascendente. Ante el creciente predominio de una visión inmanente de la vida en el marco de un nuevo paganismo, las transmisión de la fe parecería haberse convertido en un problema.
He aquí por qué, en esta perspectiva, el desafío que prioritariamente se presenta a los cristianos de hoy, es aquel de decidirnos a hacer la experiencia de Jesús, pues de otra manera, sencillamente no seremos cristianos. A este objetivo se subordina todo lo demás, pues, en la re-creación de la experiencia de Jesús, vivida gracia a Él y con Él, pero vivida por cada uno de nosotros, es como nos realizaremos como hijos de Dios y como seremos salvados y redimidos.
La promesa de Jesús «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20), debe ser anunciada por la palabra, la celebración y la vida de los discípulos de Cristo. Este es el gran desafío para la Iglesia, ofrecer el claro testimonio de la presencia providente del Emmanuel, a una humanidad que con frecuencia se siente turbada por la sensación de su ausencia. Al mismo tiempo, la Iglesia debe esforzarse, —y esto es prioritario—, por provocar el encuentro del hombre de hoy con Cristo vivo y presente, de tal manera, que esta experiencia dé «un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI, C.E. Dios es amor); pues, será a partir de esta experiencia personal del encuentro con el Amor de Dios, en Jesucristo, que podrán surgir hombres nuevos para una humanidad nueva (Cfr. EN 18).
Queridos hermanos: convencidos de que sólo a la luz del misterio de Cristo se esclarece el misterio del hombre (Cfr. Ibidem 22), hagan de este Areópago Centro Cultural y Social Juan Pablo II, un lugar de irradiación evangelizadora que abrace al hombre en su totalidad y a su cultura; promuevan una formación integral y preparen a los hermanos a saber conciliar debidamente, en el discurso y en la vida, la sabiduría humana con la verdad evangélica. La cultura es la morada del hombre, es el amplio ámbito de las expresiones humanas. Las instituciones, los usos y costumbres, las leyes, la educación, la economía, las creaciones artísticas, el lenguaje, la técnica, las ciencias y la cultura. Es necesario por ello contribuir en todo lo posible a forjar una cultura que, iluminada y conducida por la fe, sea auténticamente digna del hombre, una cultura de vida, de libertad y de amor. A quienes se empeñan, pues, en oponer a Dios y al hombre, digámosle valientemente, con la palabra y la vida, que en la revelación cristiana la Gloria de Dios y la gloria del hombre se suman y consuman juntas; que lo propio del evangelio no es el aut-aut del ateísmo (Dios o el hombre) sino el et-et (Dios y el hombre). A quienes tienen un propósito existencia exaltar el solo conocimiento científico, con Juan Pablo II digámosles sin titubeos que éste «lleva al empobrecimiento de la reflexión humana, que se ve privada de los problemas de fondo que el animal rationale se ha planteado constantemente, desde el inicio de la existencia terrena» (Fides et ratio, 88). Y estemos siempre abiertos al diálogo. Al diálogo sincero y abierto, que no oculta ni deja en la sombra la propia identidad de cada una de las partes en aras de un consenso que oculte las diferencias. El diálogo, ha dicho el Papa Juan Pablo II, que no puede apoyarse en la indiferencia religiosa y que, por ello, debe ofrecerse desde la esperanza que está en nosotros; sin temor de ofender a quien la «piensa» diversamente; porque lo que nosotros ofrecemos y proponemos con el mayor respeto a la libertad, es el anuncio gozoso de un don que es para todos: el don de la revelación del Dios-Amor (Cfr. NMI 56).
La verdad existe y hay que anunciarla. Verdad que tiene un nombre y un rostro concreto: Jesucristo, que en la Iglesia y por la Iglesia se hace presente al mundo.
Queridos hermanos y hermanas: La Iglesia mira con atención, amor y esperanza el mundo en el cual se encuentra inserta, manteniéndose al mismo tiempo y constantemente atenta a sus raíces, reafirmando incansablemente su identidad y su misión y percibiendo con mayor claridad el sentido de su presencia en el mundo actual «teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias» (Gaudium et spes 2) y de la misión que en él debe realizar: «Continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad (Cfr Jn 18, 37), para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (Cfr. Jn 3, 17; Mt 20, 28; Mc 10, 45)» (Ibidem 3). ¡Vayan, pues, y enseñen a todas las gentes! Vayan presurosos, como María a Isabel, al encuentro del hombre de nuestra época, y ofrézcanle el don gratuito de Dios, Jesucristo: Camino, Verdad y Vida para todo el hombre y para todos los hombres. Que el Espíritu Santo les colme de luz, ciencia, fortaleza, esperanza y consuelo, y que Santa María de Guadalupe, Madre de la Iglesia y Primera Misionera les asista siempre con su intercesión, para que, con Ella y como Ella anuncien fielmente, con la vida y la palabra, el amor de Dios que se nos ha manifestado, se nos ha dado y se nos sigue dando, en y por medio de la Iglesia, en Cristo Jesús, el Señor.
¡Felicidades y que Él les bendiga, ahora y siempre!
† Christophe Pierre
Nuncio Apostólico en México










Pbro. Lucas Guerrero y Rodea
350 años de Devoción Guadalupana en Querétaro
(Primera Parte)
Este año en nuestra Diócesis se cumplen 350 años de fe, amor y devoción a Nuestra Señora de Guadalupe.

Los primeros misioneros que evangelizaron, tenían manifestaciones profundas de fe; una de esas manifestaciones era traer alguna imagen de la Virgen María, dejándola a su paso en los pueblos donde misionaban. Predicaban la nueva fe, teniendo al lado la imagen maternal de nuestra Señor, que veneraban y propagaban por todas partes su devoción.

En la ciudad de Querétaro, ciudad profundamente religiosa, ciudad en la que toda su historia giró alrededor de los sentimientos de la religión y en la que sus edificios antiguos llevan el sello inconfundible de la piedad cristiana; se tenía especial veneración y los habitantes se había agrupado para vivir en torno de la «Cruz de Piedra» o la «Cruz de Cantera»; podríamos decir que propiamente no había una devoción fuerte a la Virgen María.

Fue hasta el año de 1632, (100 años después de la conquista de estas tierras y de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe en el Tepeyac), cuando se esculpió la Imagen de Nuestra Señora del Pueblito por el Rvdo. P. Fr. Sebastián Gallegos, éste la regaló al señor Cura doctrinero de la ciudad de Querétaro, Fr. Nicolás de Zamora. Dicho santo sacerdote ocultamente colocó cerca del adoratorio de los indios de El Pueblito la pequeña imagen de la Santísima Virgen, logrando así que los indios abandonaran la idolatría y abrazaran la religión cristiana. Desde entonces a esta imagen se le venera y se le ama.

El 12 de diciembre de 1531, toda la gloria bajó al Tepeyac, la Virgen Morena estampó su Imagen en el «ayate» de aquel sencillo y humilde mexicano, el Beato Juan Diego. Es cierto, los moradores de la ciudad de Querétaro ya conocía y amaban a la Virgen María, pero en ninguna casa, en ninguna Iglesia ni en ningún oratorio se veneraba a la Madre de Dios en su dulce y poderosa advocación de Guadalupe.

La fe y la devoción a la Virgen Morena se debió a un gran hombre, al padre Lucas Guerrero y Rodea. El nació en la ciudad de Querétaro en el año de 1624. sus padres fueron D. Lucas Guerrero y Doña Francisca Rodea. Llamado por Dios al estado eclesiástico, fue ordenado sacerdote; la Iglesia metropolitana de México utilizó sus excelentes cualidades y aptitudes, nombrándolo colector y administrador de diezmos en las jurisdicciones de Querétaro, Huichapan y San Juan del Río.

En el año de 1659, este piadoso sacerdote había adquirido un terreno jamás abierto por la reja del arado, y en una pequeña parte él había sembrado trigo con esperanza de recoger a su tiempo el preciado fruto. Muchos conocedores de campo tenían por imposible la cosecha, por ser aquel terreno erizo y estéril. Pronósticos tan fatales y bien autorizados llevaron al corazón del Padre Guerrero, al desaliento y la congoja por lo temores de una pérdida segura. En esta situación de desanimo imploró el auxilio de su Madre Santísima de Guadalupe, y puso bajo su poderosa protección la parcela, diciendo con todas las fuerzas de su alma: «¡Ea, Virgen María Santísima de Guadalupe! Fuera de diezmo y de partido, te daré el tercio de lo que me quedare». La divina Señor parece que aceptó gustosa la promesa de su siervo, pues la pequeña sementera rindió a su dueño la cosecha deseada. Realizada la venta de trigo, y hechas escrupulosamente las particiones, tocaron a la Santísima Virgen de Guadalupe quince pesos, los cuales fueron apartados para enviarlos al Santuario del Tepeyac. Más, sabedor el Pbro. Don Francisco de Lepe, le propuso como cosa mejor emplear los quince pesos en comprar una copia del milagroso original de Nuestra Señora de Guadalupe; a fin de que en esta ciudad se le rindiese culto. Los quince pesos rendidos por la siembra de trigo fueron dedicados a su adquisición.

Sin pérdida de tiempo el mismo padre Lucas Guerrero y Rodea se puso en camino para la ciudad de México en busca de una buena pintura de la Santa Imagen. No son numerosas las Imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe que fueron pintadas durante el siglo XVII en la Nueva España. Y entre ese corto número de Imágenes, ciertamente pintadas en ese siglo, son pocas aquellas en las que, además de estar firmadas se encuentre, puesto por el mismo pintor, el año en que fueron ejecutadas. Muy de su agrado encontró el P. Lucas guerrero una Imagen y lleno de gozo regresó trayéndola consigo a esta ciudad.

Llegada pues, la Santa Imagen a esta ciudad en 1659, determinó el padre Lucas Guerrero y Rodea exponerla públicamente en alguna Iglesia, y para esto eligió la del Hospital Real de la Purísima Concepción (San José de Gracia). Colocó la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en un humilde altar de la Iglesia. Así, sin esplendor, con pobreza tan grande, rodeado de unos cuantos pero fervorosos corazones, fue entronizada en la ciudad de Querétaro la excelsa Reina y Tierna Madre de los mexicanos. A 128 años de aparecida la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac. Hace ya 350 años.

Continuará...

Pbro. Francisco F. Gavidia Arteaga